En 1956 y cuando apenas tenía 2 años de edad, Edita y su familia llegaron a vivir a Rucapequén debido a que a su padre, Ramón Esparza, lo trasladaron desde Monte Águila para que se desempeñe como cambiador y guarda cruces en la estación, arduas labores considerando el alto flujo de trenes de la época y que, además, Rucapequén era la cabecera del ramal hacia Concepción. Desde ese momento y hasta que su papá jubiló en 1984, Edita junto a su familia vivieron al costado de la línea férrea. De su niñez, recuerda con mucho cariño a la estación como un espacio de recreación y alegría, siempre lleno de vida y movimiento.
Edita considera que Rucapequén se caracteriza por ser un pueblo pequeño en el que vive gente amable, generosa y respetuosa. Relata que nació a partir de la construcción de la línea férrea y que la estación se utilizaba fundamentalmente para trasladar maderas y vinos producidos en los fundos del sector, siendo los trabajos asociados al tren desde sus inicios, la principal fuente laboral del pueblo.
La estación original se quemó en 1971 no quedando vestigios del antiguo edificio. Al momento de la visita, en el lugar había un vagón de tren que fue refaccionado como dormitorio y oficina para los jefes de estación que controlan el tráfico de los trenes de carga que siguen operando en dirección norte o sur, o bien, de aquellos que van o vienen desde la celulosa Nueva Aldea. A un costado se encontraba una vieja bodega de hormigón. La vía principal y secundaria estaban operativas. En un sector del antiguo terreno fueron construidos juegos infantiles que, desde la perspectiva de Edita, están en mal estado. Le gustaría que en el lugar se construya un parque que propicie el encuentro de la comunidad, en torno al cuidado de la naturaleza y el rescate patrimonial de la antigua estación. Así mismo y aunque cree que no es factible, también anhela que el tren de pasajeros vuelva a funcionar.